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Historias para llevar

entre tus piernas

Cuentos eróticos.

Raquel y David

Un día de lluvia como hoy, ella cerró el paraguas luego de abrir la puerta de ingreso, se quitó el piloto y sus zapatos de taco bajo. Guió sus húmedos pasos sobre el cerámico hasta entrar en su habitación, se irguió delante de la cama, desabrochó su camisa, sus jeans y arrojó las medias bajo el lecho. Pensó en él, se tapó con la sábana impoluta y manipuló sus fantasías.

Diamante, princesa, rosa

No existen diamantes indeseados, princesas sin corona ni rosas sin espinas.

 

           El diamante brilló sobre la acera. Caminó rumbo al corredor donde la esperaba su chico. No llegaba a los veinte aunque había vivido cuarenta. No dejaba de pillarse encima aunque era hábil para prepararse para cada nueva guerra. No paraba de sonreírle a la vida aunque ya la había molido a palos en cada esquina.

           Ella vivió una vida de princesa y desventura, de amor y odio, de golpes y besos. Espió por la hendija de la vida y quiso sentirse viva. Amaneció en el amor y el flirteo la traicionó. Se perdió por el camino blanco de la fantasía y entendió que la alquimia no es para ella. Se entregó a la pasión por amor a un solo hombre. Recorrió el espinel del amor esperando que la pesca de lo verdadero le sea fiel y el engaño lo sufrió a horrores.

          Y ahí estaba él. No el engañador sino el joven y esperanzado. No el infiel sino el fresco y espontáneo, el digno e inmaduro que se entregaba a la leall esperanza aunque sabia que su amor no era el amor que ella amaba. Entendía que él era nuevamente una víctima del amor pasajero y dirimía sus decisiones en el intelecto de que el amor no le pertenecía a él sino a ese hombre que el engaño le entregó a montones.

         Y ya no estaba él. Ni ella. Estaban los dos y el anhelo de la fémina de encontrar sustitutos para su revancha. Y en la oscura noche de los enamorados y al final del pasillo se encontraron en un beso. Un beso que ya no besaban sus labios sino su cuello. Y los mordió. Y apasionadamente lo saboreó hasta dejar marca. Esa marca que no se registró sobre el cuerpo de él sino en el alma, en sus entrañas. Allí donde él más lo sintió. Y bajó sus labios arrastrando sus belfos sobre el cuerpo en llamas. Y sus manos. Sus pequeñas manos acariciaron al cuerpo sensible. Y se encimaron. Se encimaron y se sujetaron. Los amantes se saborearon y contuvieron. Y la rosa, la dulce rosa dejó de serlo para despertar el recuerdo. La amarga presencia de los engaños sufridos y tolerados. Y como toda rosa, dejó brotar desde el tallo el cruel y amargo encanto de sus espinas y, de un solo impulso, abandonó el pasillo y a ese fiel habitante que realmente la amaba. Ese constante poblador del alma en lágrimas, que al sentir un nuevo abandono de esa morocha perdición, cayó de rodillas para derramar su último llanto.

         Pocos minutos después, el diamante brillaba sobre la acera desplegando su alma de princesa y esparciendo su dulce perfume de rosa. Y acariciando el doloroso recuerdo de aquel amor que le fue infiel, fue en busca de revancha.

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