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la puesta del sol de fútbol

Chilo F.C.

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    Como hoy, fue un 2 de abril

      Samuel era un pibe de barrio, como todos los que fueron a las Islas del Mal. De Tolosa, Samuel era de Tolosa. O es de Tolosa. Es porque sólo se van los olvidados, los no recordados, los que no dejaron nada de ellos entre nosotros. No es el caso de él que su corazón aún late acá, en nuestro barrio, entre vías de ferrocarril y durmientes que se despiertan cuando se lo rememora.

           Chilo lo menciona cada vez que se habla de héroes. Todos lo mencionan cada vez que se habla de héroes. O de Beto que perdió un brazo y su  cuerpo se llenó de esquirlas al explotar una bomba cerca. De Gabriel que pocos meses después del regreso de las islas del mal hizo lo que no pudieron los de las Islas colonizadoras y llegó al cielo por decisión propia, con la ayuda de una soga que pendía del techo de su casa. O tantos otros que dejaron de ser pibes de barrio para observarnos desde allá arriba, junto “al barba” que aún hoy no sabemos cómo permitió que el desastre suceda.

           Muchos héroes más. De Tolosa como Chilo pero también de Barrio Norte, de La Loma, de Gonnet, City Bell, Riguelet, Aeropuerto, Villa Elvira y cualquier otro barrio de nuestra ciudad. Interminable lista de pibes como lo era Chilo, Elmo, El Cortito, El Rengo o cualquiera de los amigos de nuestro querido personaje barrial.       

          Chilo caminó unas pocas cuadras hasta la Estación de trenes de su barrio, cruzó las vías por el puente peatonal de hierro y se acercó a la espera de los andenes del tren que lo llevaron hasta la estación principal de La Plata, en 44 y 1. Meditando caminó unas cuadras hasta la Terminal de Ómnibus de 42 entre 3 y 4, esperó el colectivo 338 o Costera Criolla y viajó parado sin saber qué pasaba a su alrededor. Bajó en el final del recorrido del colectivo, en Meridiano quinto. Caminó, caminó un montón de cuadras, quien sabe cuántas ni porqué eligió ese recorrido, llegó hasta el Cementerio local, siguió caminando entre lápidas y caminos inciertos y se paró frente a la tumba de cada uno de sus amigos. Ellos aún están, como todos a los que hoy homenajeamos en este 2 de abril. Chilo lloró y esbozó una sonrisa, la que les dejaron los héroes antes de subir aunque hoy y siempre serán terrenales.

Gustavo Ruffo

Historias de barrio que corren tras una pelota de fútbol

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   El 10 recibió la pelota de "El Negro" de Burzaco. La detuvo con la puntita del pie izquierdo como una bailarina que prepara su danza. Giró sobre sí mismo y posó con la base de la pierna bien estirada para mantener el equilibrio. Un retiré. Levantó la cabeza mientras hacía un tendu confrontando a dos rivales. La sombra de los altavoces se mostraba con forma de estrella en el círculo central. Como si fuese un presagio para el jugador intergaláctico, “el barrilete cósmico” como lo mencionó un periodista uruguayo. Como el paso siguiente de la misma bailarina que posa frente al arco contrario, al inglés. Pisó la pelota con el equilibrio de un arabesque formando una línea vertical que partía desde el centro de gravedad del esférico de cuero hasta el bocho del más grande de todos los tiempos. Lo siguiente fue increíble y artísticamente impecable: Un pas couru. Literalmente Diego Armando mostró sobre el verde escenario un “paso corrido” evitando a los adversarios como quien cruza las calles de un pueblo fantasma. El artista flotaba por el suelo con el pecho inflado como un globo y la pelota adherida con un piolín microscópico. Uno y otro adversario lo siguieron todo el tiempo con la mirada sin poder intentar nada. Durante 12 segundos sus compañeros fueron meros espectadores de la que debería ser la “octava maravilla del mundo”. Un zurdo arquero quedó desplomado en el piso como una bolsa de cebollitas que no consigue reacción alguna. El ballet es completo, la jugada magnífica y el sueño, si es que alguna vez se podría haber soñado algo semejante, fue con los ojos abiertos. El sueño de Pelusa fue un espectáculo de ballet sobre un verde escenario azteca.

Gustavo Ruffo

El sueño de Pelusa

Iban cincuenta y cinco minutos de una calurosa tarde mejicana. El mítico Estadio Azteca abrazaba más de cien mil almas en aquel 22 de junio de 1986. Un ruliento cara de galleta iba a marcar el mejor gol de la historia de los mundiales. Y del fútbol. 

  Dios por un día

   Hacía casi cuarenta días que Chilo no se afeitaba. En su larga y desprolija barba se mezclaba canas y morenos cabellos. Partían desde las patillas y parecían no tener fin. La afeitadora descartable lo esperó encapuchada durante más de un mes para hallar el momento justo de su aparición. Las tijeras un tanto desafiladas pronto harían su trabajo sobre gran parte de la barba. Cuando la pequeña tijera de su hijo casi finalizaba su labor, la ansiada y plástica afeitadora ya estaba desanidando el capuchón. Incluida la patilla, la rasuradora arrasó gran parte del vello de la cara en las prolijas manos de Doña Marta que dejaron la barba de Chilo en forma de candado.

    Sentado sobre el borde de la bañera y con los pies dentro, Chilo perdió la extensa cabellera en manos de su madre, para luego llevar a cero la ya pelada cabeza. La tarea de rasura era asemejar la  imagen de Chilo a la de su ídolo. A excepción de las cicatrices que tatuaban la cabeza del goleador del equipo de Tolosa, se apreciaban algunas semejanzas con su Dios, Juan Sebastián Verón. En realidad, Chilo pelado con barba candado no dejaba de ser Chilo pero él se sentía Dios.

    Vistió su casaca de franjas rojas y blancas luego de imprimirle un 11 con fibrón negro. Los pantalones cortos le ajustaban la entrepierna y lo hacían caminar como si el roce le raspara las partes íntimas. Las medias compartían tela negra con orificios del tamaño de su boca y el calzado de tapones ajustaba cordones al modo de su ídolo. Doña Marta observó una y otra vez a Chilo para encontrar las semejanzas que su pequeño hijo de 47 años encontraba al posar frente al espejo. Ella no.

    En la Plaza del Carmen como lugar de encuentro, una multitud de pequeños y grandes jugaban a la pelota mientras esperaban con ansias la promesa que Chilo le había hecho a su pequeño en el cumpleaños número siete: Juan Sebastián Verón, en persona, le entregaría su torta. La abultada agenda del verdadero ídolo y un compromiso ineludible con el amiguito de su hijo, Santino, hicieron que Chilo debiera cumplir lo prometido sin contar con el Dios Pelado de Barba Candado.

     La abuela del pequeño llegó primero a la plaza y ubicada en el centro golpeó una lata vieja a modo de campana para llamar la atención. Un emplazamiento lleno de amiguitos acompañados por sus padres admiradores del Dios terrenal, se acercaron por la convocatoria del cumpleaños y la promesa de Chilo. Todo el barrio de Tolosa en una plaza con la misma sonrisa en todas las bocas.

   El desborde de gente, de alegría y el ansia no permitía que una madre en el rol de abuela pudiera controlar la situación. Dos nuevos golpes de campana con sonido de lata detuvieron una multitud que vestía de rojo y blanco como uniformes de escuela. Luego de salir de la iglesia y escondiéndose entre los árboles y bancos de plaza, Chilo intentó llegar hasta en núcleo de la multitud. El roce en la entrepierna le recordaban a cada instante que ese pantalón no había sido una buena elección. Cruzó las vías hacia el centro de la plaza, se arrojó al piso una y otra vez para no ser visto y, manchando la casaca número 11 que vestía con orgullo, se hizo paso entre la multitud sin ser reconocido. Casi en el centro de la multitud y a pocos metros de su madre, el goleador de Tolosa arañaba la gloria de sentirse Dios por un día. Tapó su rostro  y se hizo paso entre la gente hasta ver claramente a su hijo derramando nervios de espera. Una lágrima de emoción le recorrió la mejilla al verlo. Otra lágrima partió del otro ojo recorriendo su pómulo y muriendo al llegar a la barba candado. Con dos nuevas campanadas, Doña Marta y el pequeño cumpleañero indicaban que el momento de la torta se acercaba. Los ojos del chiquitito buscaban al ídolo de Estudiantes de La Plata y la madre del goleador de Tolosa esperaba que el emulador apareciera. Los ansiosos concurrentes comenzaron a mirarse entre sí murmurando. Algunos, defraudados, abandonaron la plaza pero Chilo, el goleador del depo tolosano atravesó las primeras hileras de niños y se plantó frente a su hijo haciéndose ver como si fuese Juan Sebastián Verón. El pequeño lo observó, sonrió y le dijo: “¡¡¡te pelaste!!! ¿y Verón?”. El pequeño desvió la vista en busca del ídolo Pincha. Con el corto pantalón aplastando sus paspadas partes, Chilo derramó un mar de lágrimas y recibió pronto el afecto de su madre y se escuchó el aplauso de todos los presentes. Esas loas pronto se hicieron hurras y vivas y grandes y pequeños dirigieron su vista en dirección del goleador. Las lágrimas se perdieron, la sonrisa floreció y un sin fin de alegría asomó entre la multitud. Entre gritos y aplausos que crecían y coreaban al ídolo de Estudiantes, un pequeño le pidió a Chilo que se corriera porque no lo dejaba ver. Al girar la vista observó, sorprendido, que detrás de él se hallaba el verdadero Dios pelado de barba candado con dos pequeños en brazos. Santino había llevado al 11 Pincha al cumpleaños de su amigo y el hijo de Chilo se lo agradecería toda su vida.

Gustavo Ruffo

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